James Gunn, James Wan, Wes Anderson, Patty Jenkings, Guillermo del Toro, Chloé Zhao, Taika Watiti, todos nombres vitales para el cine moderno, con películas sumamente reconocibles tanto en el ámbito independiente (Nomadland), en el cine comercial de las grandes ligas (Thor: Ragnarok), en el cine comercial de la contracultura (Hellboy II), en las nuevas corrientes que se galardonan con premios (Jojo Rabbit), o en las extravagancias artísticas que las audiencias parecen gustar más y más (La forma del agua).

Han creado filmes de culto (Fantastic Mr. Fox) y películas que redefinen géneros (The Conjuring) compartiendo una cualidad: estilos particulares que se plasman en la gran pantalla. Los artistas y su estilo no son nada nuevo.

Todo artista debe encontrar su voz. Usualmente se vende más el arte que es distinto, único, desafiante para la era en que se hace y lo suficientemente conservador para que las audiencias lo aprecien (de ahí el gusto por Banksy). Pero algo está demostrando esta camada de directores surgidos (o cuyo trabajo central se encuentra) en el nuevo milenio. No son los detractores del sistema que en los noventa desfilaban y que les sirvieron de predecesores, ni los obsesionados con lo visual del 2000, que buscaban estética sobre contenido; más bien representan el cinismo moderno, el diálogo con la realidad de un mundo cambiante que cada día parece más una distopía. Sus filmes son exagerados; si quieren violencia, mostrarán violencia. Si la huyen, no presentarán una gota de sangre.

Cada uno busca hablar con su cámara o sus diálogos (si los personajes cargan con traumas paternos y se burlan de su tragedia, escribe James Gunn; si las tomas son limpias y simétricas, dirige Wes Anderson, por mencionar dos ejemplos).

Esta exageración de rasgos está predominando en el cine. Las audiencias están buscando voces. ¿Quién imaginaría hace tan solo quince años, que el filme de superhéroes del verano sería una película ultraviolenta, que envuelve una metáfora sobre el intervencionismo norteamericano (The Suicide Squad)? ¿O que la ganadora a mejor película en los Oscar sería un experimento documental dirigido por una mujer (Nomadland)?

Vivimos en tiempos presurosos, donde la velocidad se prioriza, pero vale la pena detenernos de vez en cuando para analizar qué se busca decir en el arte. ¿Pretenden dar mensajes más grandes en sus películas que solo acción vacía?

¿Hacen a las audiencias más exigentes, otorgándonos productos más desafiantes? El siglo pasado estuvo marcado por las vanguardias, movimientos artísticos que buscaban decir algo. El futurismo hablaba sobre la romanización tecnológica; el surrealismo sobre el significado de lo onírico. Suele decirse que las vanguardias terminaron; quizá no. Tal vez todas estas voces, diciendo algo distinto al mismo tiempo, sea un tipo de vanguardia moderna, un arte cínico, duro, pero real. Así que la próxima vez que veamos un estreno, recomendaría pensar en lo que el subtexto comunica. Puede que haya algo más que golpes envueltos con efectos visuales.

Sin más que agregar, soy Cristóbal Ruiz Gaytán… Disfruten la función.